Las cosas que escribo cuando no pienso en lo que escribo vol.2

Que tú lo quieres todo en grandes dosis.

Lo bueno es increíble y lo malo es peor, y todos los subidones escalan tan alto que acaban por no poder respirar, y luego bajan y se estrellan y acaban desparramados como bolsas y cristales en un suelo pegajoso y sucio.
Todo en grandes dosis, los porros verdes con papeles de colores y purpurina, alcohol en botellas de agua que no sabes que te has olvidado de mezclar.
Todo grande, todo hasta arriba.
Y te regodeas en las caídas al suelo, cada vez más al fondo, hasta que ya no te puedas levantar.
El mundo gira fuera de tu cabeza, pero no tiene ni voz ni color ni forma, es intermitente tras una ventana de  óxido y niebla pegajosa y espesa.
No hay nada aquí para ti, como no lo hay en ninguna parte, y es mejor así, porque el mundo es gris, y tú querías ser color, pero siempre habrá colores más brillantes.
Confórmate con ser purpurina, que brilla y brilla y brilla hasta que cae inerte al suelo. Siempre todo a tope, hasta que ya no queda nada.
La purpurina nunca puede levantarse del suelo.
Están tan vivos, tan vivos, y tú no sabes cómo vivir, y cada vez que parece que naces alguien cierra la puerta y acabas de nuevo sin existir en lo oscuro.
Eso de vivir tiene que ser más fácil de lo que parece, sólo es respirar y hacer que las cosas valgan la pena, pero nada nunca vale la pena, ni siquiera vivir (quizá si supieras cómo, sería diferente)
La música son ruidos monótonos intercalados con botellas rotas y dos giros y dos curvas, y pum pum pum otra vez.
Deja que hablen y digan todas las cosas que tú no sabes decir, que comprendan todas las verdades que tú no entiendes, que el calor les encienda como a ti te escalda el frío.
Finge que sabes y que sientes y que entiendes todo, y que el cuerpo no te escupe la música como si fuera veneno.
Todas las cosas acaban por convertirse en veneno. 

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