Con M de Madrid, con M de mágia.
Una noche les vi reirse
y en el mundo se hizo la música.
Se quitaron los miedos, prenda a prenda,
lanzaron sus máscaras a un vacío de luces que brillaban mucho menos que ellos,
y bailaron esfervescentes
como burbujas de champán.
Se bebieron la noche como se beben la
cerveza
de un trago y en tazas de café,
no son gente de beber a sorbos
ni las litros, la vida.
Puedo jurar que les he visto hacerle
competencia a la luna
cuando brillan a gritos por las calles.
Tanto tiempo pensando que el destino
estaba a 1450 km de alguna parte
y resulta que tengo la vida resumida en
una habitación,
la definición de amor escrita en la nuca
en forma de piezas de puzzle,
la felicidad durmiendo conmigo para
espantar al frío,
y la mitad que me falta vuelve a mi
siempre que parece que se pierde.
El final del camino es el lugar al que
vuelven cuando les puede la vida,
y son el lugar al que vuelvo cuando quiero volver a casa.
De Madrid al cielo dicen los que no saben
que el cielo es Madrid cuando eliges bien con quién quieres bailarlo.
Podría escribir mil chorradas preciosas
que no sabrían describir
la sensación de haber encontrado todo lo
que buscabas.
No sé cuántas penas he escrito antes de
darme cuenta
de que no hay oscuridad a la que tenerle
miedo,
hay gente que brilla alumbrando todos mis
caminos
incluso cuando a ratos, se me olvida dónde estoy.
Magia es lo que ocurre cuando les miro
y al mirarles comprendo
lo que se siente al tener suerte.
Menos mal que son ese tipo de música
que nunca se olvida.

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