la noche donde supe que nunca terminaría la aventura


He visto a toda la locura de mi generación
resplandecer como un mar cubierto de estrellas
al ritmo de la música.

Son, la tribu de los brazos siempre abiertos,
de las manos enlazadas,
de la mente siempre adicta
a todo aquello que mantenga viva la llama
que arde tras sus ojos,
que  mueve sus brazos y sus pies y bombea en sus pulmones,
el escalofrío de vida que recorre su cuerpo
con cada declaración de amor en la mirada.

He vivido la vida como nadie me dijo que podía vivirse,
he sentido el ritmo incluso cuando no podía oír la música,
me ha deslumbrado la noche
como nunca consiguió deslumbrarme el día.

Han sido ellos, con sus pies de abeja
polinizando las aceras,
ellos, con un sí colgando siempre de la punta de la lengua
ellas, cambiando el mundo a golpe de cadera,
renegando del silencio y arrastrando con sus pasos
la primavera.

Hemos descubierto la fuente de la vida eterna:
sus piernas y mis piernas enlazadas
moviéndose al tiempo,
nuestras manos en el aire,
dando las gracias:
gracias por estar aquí,
gracias por estar ahora,
gracias por no dejar
que nos consuman las horas.

No hay lugar donde vayamos en el que no suene la música
porque música son nuestros pasos y nuestra risa.
No tenemos miedo porque somos un ejército de rimas
creando la más viva melodía.
Hay algo en éste mundo que merece la pena ser salvado
si podemos vernos reflejados en los ojos de los otros
más grandes y mejores de lo que somos
de lo que creemos ser,
si podemos ser la luz en las puntas de sus dedos
si podemos ser el fuego, que a quien roza enciende.

Nos he visto arder y no tengo ni la más mínima duda
de que antes de ser ceniza seremos viento
y de que antes de nuestro último aliento
llegaremos muy, muy lejos.



porque no-podemos-parar.



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