El verano en el que me hice más joven
El otro día, volviendo a adentrarme en el maravilloso mundo de los blogs, me topé con ESTA entrada. Me llamó la atención porque el nombre era "I'm staying up until 3am reading fanfic again!", y me pareció algo maravilloso porque, básicamente, me representaba tanto que podría haberlo escrito yo.
En el post, la autora habla de como a pesar de que ha crecido, y hace cosas de persona adulta, como pagar las facturas o tener LinkedIn, se encuentra a sí misma de nuevo como cuando era adolescente, tumbada en la cama leyendo fanfics en el móvil hasta las mil. Porque los fanfics se leen en el móvil, o no se leen, aquí y en el otro lado del mundo. Habla de cómo pensaba que crecer significaba desprenderse de ciertas cosas, de ciertos comportamientos, como se desprende una serpiente de su piel. Y durante ese breve momento en el que estuve leyendo, la entendí totalmente, porque yo también creí que llegaría cierta edad en la que ya no haría las mismas cosas, en las que tendría un trabajo y responsabilidades adultas y ya no tendría tiempo para las cosas que me gustaban a los quince.
Y ese momento llegó, como nos llega a todas, supongo, pero ahora, tras haber dejado mi trabajo para estudiar la oposición, me encuentro con que, de repente, vuelvo a hacer todas las cosas que hacía cuando tenía quince años, incluido tumbarme en la cama a leer fanfics en el móvil hasta las mil.
A estas alturas de la vida se suponía que lo tendría todo solucionado, y sin embargo estoy como en un impase: estudiar, escribir, leer, ver anime comiendo helado con la ventana abierta, mientras oigo las cigarras por la ventana. Sí, hay responsabilidades adultas, sí, este examen es *un poquito* más importante que los del instituto, pero la cuestión, al fin y al cabo, es que muchos, muchos años después, sigo haciendo las mismas cosas que hacía cuando tenía quince. A ratos me siento culpable, y a ratos pienso «Qué fantasía».
Y esto me hace pensar en la cantidad de cosas que la vida nos "obliga" a perder cuando crecemos. Llega una edad en la que, de repente, pasar una tarde de verano metida en casa comiendo helado y viendo anime está mal visto, o en la que te miran mal si dices que lees fanfics, o en la que se ve como algo raro que nos gusten cosas monas como Hello Kitty. Durante mucho tiempo, parecía que hacernos mayores significaba dejar atrás las cosas que, durante mucho tiempo nos hicieron muy felices, porque no encajaban con la idea de adultez que nos vendía la sociedad.
Desde un tiempo a esta parte, sin embargo, me parece que está pasando todo lo contrario: cuanto más malas son las noticias en el mundo, a más gente veo con peluches de Hello Kitty colgados del bolso. Siento que, ante la desesperación y la impotencia frente a una realidad que se nos hace bola, estamos volviendo la vista atrás, a las cosas que nos hacían felices cuando éramos más jóvenes, porque eran simples y con ellas no pretendíamos parecer más guays, ni impresionar a nadie, ni ganar followers, ni monetizarlas de ninguna manera. Disfrutar de las cosas por el mero hecho de que nos gustan, aunque no nos reporten ningún beneficio más allá de hacernos felices durante un ratito, qué cosa tan transgresora para el mundo en el que vivimos.
Creo que aferrarnos a esas pequeñas cosas es una forma de resistencia, también: escribir nuestras silly little stories aunque nunca las lleguemos a publicar, comentar a los posts de las amigas en Bluesky, escribir lo que queramos en blogs que, tal vez, no lea nadie más que nosotras. Pasar la tarde viendo anime, comprar ese muñeco que no sirve para nada pero que nos parece mono y tenerlo colgado del móvil/bolso/lo que sea nos hace un poquito más felices.
La vida se hace un poco menos cuesta arriba cuando nos permitimos disfrutar de las cosas que nos gustan, creo.
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No lo digo yo, lo dice ella. |
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