a mi padre
Una vez conocí a Peter Pan,
o a su sombra,
pero eran mucho mayores que yo.
Alguna vez me dio la mano,
y alguna vez me contó sus historias,
pero comprendí entre frase y aliento que yo ya había crecido demasiado
aún sintiéndome mucho más pequeña.
Descubrí que él siempre cumplía los años hacia atrás,
una vez cuando le oí hablar con todos los habitantes de su real
universo imaginario.
La locura, colgada de una cuerda de guitarra al borde del abismo de su
cráneo
amenazaba con dejarse caer y salpicar su irrealidad a lo tangible
si él no la acompañaba.
Nunca Jamás no es un destino de vacaciones, me dijeron,
no puedes regresar del viaje una vez has ocupado el lugar del guía,
y le vi marcharse creyéndose capaz de volver, aún sin tener ninguna intención de hacerlo.
y le vi marcharse creyéndose capaz de volver, aún sin tener ninguna intención de hacerlo.
Intentaron presentarle a Dios una vez, y fue un fiasco:
él no concebía la posibilidad de que existiera en el universo
una fuerza mayor que la
suya propia.
Los predicadores huyeron derrotados al verse incapaces de convencerle
de que todas sus verdades no eran más que simples mentiras.
Y es que qué putas realidades vas a enseñarle a un niño que él no haya
superado ya.
“Yo no soy de éste mundo y su competencia sangrienta.” me dijo “No
existo pero estoy aquí, y sé por qué, y no puedo dejar de equivocarme por el
descuido y el cansancio que conlleva la misión terrible de morir para
establecer la vida al canto sublime y humilde de los profetas.”
Qué cojones vas a responderle a un niño
que él mismo no se haya respondido ya.
Yo también he tenido la trágica buena suerte
de ver a una de las mejores mentes de alguna generación
consumida por la locura.
Le doy por sentado porque en Nunca jamás nunca se muere, me contaron,
pero le he visto resucitar demasiadas veces como para pensar
que la muerte no ha intentado llevárselo al menos una.
Tiene en las retinas la historia del mundo tal y como jamás lo
conoceremos,
colores que nadie ha inventado danzan tras sus párpados cuando ofrece
su existencia
al Señor de la estrella que cayó en la nieve.
Lleva la soga de los espíritus atada al cuello,
planta de la muerte que crece de sus pestañas hacia dentro
y recorre su cuerpo como las venas de la Pachamama
que le obligan a levantarse del sueño.
planta de la muerte que crece de sus pestañas
y recorre su cuerpo como las venas de la Pachamama
que le obligan a levantarse del sueño.
“Enamórate de tu existencia” me dijo,
y es el único consejo suyo que me sé capaz de seguir,
porque los consejos de los niños difícilmente se convierten
en las realidades de los mayores.
en las realidades de los mayores.
El agua helada de los lagos le ha visto hacerse viejo y hacerse joven.
Tiene el valor de la tierra y por eso fue capaz de jugarse su cordura a
todo o nada,
y al perderla abandonar todo aquello que le ataba a la realidad
cuadrada del humano.
No dudó en deshacerse del peso de su existencia y de aquellos que
habitaban en ella
para quedarse ligero,
acompañado por sí mismo, dentro del mundo de sí mismo, respirando el aire de sí mismo.
acompañado por sí mismo, dentro del mundo de sí mismo, respirando el aire de sí mismo.
Fuera del mundo.
Asceta iluminado que viaja más allá de mundos que la imaginación aún no
ha creado,
ya no entiende las lenguas de los dioses ni sus ordenadas normas,
y no es capaz de ver el mundo que dejó al otro lado del espejo cuando
se tendió la mano a sí mismo desde la mitad despierta de su ser inconsciente.
Una vez conocí a Peter Pan, si
O puede que fuera sólo su sombra.
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