Diario de una mudanza
Hoy he intentado abrir la puerta de mi edificio que da a la calle, y he estado un buen rato tirando sin ser capaz de abrirla, hasta que me he dado cuenta de que no tenía que tirar, sino que empujar.
Luego, he ido a beber agua del grifo y me he quedado paralizarda dudando, como si de repente, por cambiar de código postal, el agua ya no fuera potable.
Y como estas, otras tantísimas cosas, cosas minúsculas, tonterías sin importancia que van sumando y van sumando y al final me dejan como estoy: totalmente desubicada.
He pasado tantos años sabiendo exactamente a dónde iba cada vez que salía de casa, conociéndome todos los caminos con los ojos cerrados, que ahora se me retuerce en las tripas el extraño miedo a no saber dónde pisar. Me quedo de pie en el umbral, mirando de lado a lado, pero no sé qué camino tomar para llegar a donde quiera que quiera ir.
Desubicada es la palabra.
Todos los ruidos son raros y me pesan casi tanto como los ruidos que odiaba pero que me eran familiares. Toda mi vida en cajas, una semana abriendo cajas, otra semana tirando cajas, el sonido del celo al pegarse y al rasgarse y al llevarse el cartón por delante. Todo el rato buscando cosas, encontrando cosas, dejándolas en sitios, perdiéndolas de nuevo, y así, vuelta a empezar, una y otra vez, cosas colocadas, cosas perdidas, ostias contra esquinazos que no sabía que estaban ahí, a ratos (muchos ratos) a oscuras, porque mis dedos a tientas no encuentran los interruptores.
Google Maps para ir, para volver, para ir al bus, para ir al metro, para ir al bazar. Ah no, que aquí no hay bazar. No quiero comprar en Amazon pero claro, dónde si no. Montar muebles, tornillos pasados de rosca, manos llenas de heridas, una muesca en la mesa nueva que no se puede disimular, finjo que la ignoro mientras pienso en ella demanera compulsiva hasta acabar culpándome del hambre en el mundo.
Dos semanas sin la consola. Ni escribir dos palabras seguidas. Ni, no sé, sentarme a mirar al vacío cinco minutos.
Diez minutos dando vueltas, un autobús en dirección contraria, Google Maps, City Mapper, la aplicación de la EMT, al final un bolt y a correr, porque una está desubicada, pero odia llegar tarde.
Un poco de pena, un poco de rabia, un poco de no sé qué cojones he hecho, me arrepiento de todas mis decisiones, bueno vale, qué sitio más bonito, no se está tan mal, madre mía qué lejos está todo, dónde me he metido.
Olores raros. Me tiño el pelo de un color raro para terminar de desubicarme. Ahora me miro en el espejo y pienso "pero, usted quién es?". Amigas con las que ya no puedo bajar a tomar un café.
Tantas cosas por hacer y al final sólo deshago cajas, cuelgo cosas, compro perchas porque se han perdido las mías (que luego aparecen en una caja y me junto con 200 perchas), y así con todo.
Pasan los días y sigo a tientas, a veces, porque no encuentro los interruptores.
Comentarios